Rkia Boutam: «Pensé que, al verme con el pañuelo, nadie pararía el taxi»
BARCELONA. EL PERIODICO. GEMMA TRAMULLAS.- Un ciclista impaciente amonesta a Rkia por invadir el carril bici mientras el fotógrafo la retrata en el taxi y un peatón cabreado manda al ciclista al cuerno. Pero en el estrés del asfalto la voz de esta mujer menuda suena como un bálsamo: «Disculpe, enseguida muevo el coche». Por algo su nombre deriva de Ruqayyah, hija del profeta, ejemplo de suavidad y simpatía.
¿Le sorprende que la gente se sorpenda al verla al volante?
-Lo entiendo, porque hay muy pocas mujeres en este oficio que lleven el pañuelo. Pero a veces se me quedan mirando demasiado, como con temor. ¿Tan rara soy para que me miren de esa manera?
-Es la falta de costumbre. Esto en París o Londres no le ocurriría.
-Hay gente que pasa y, como no cree lo que ha visto, se para, se gira y me vuelve a mirar. Un día pasó una familia y el hombre hizo que todos se giraran hacia mí : «Observeu, observeu», les decía señalándome.
-¿Y usted qué hizo?
-Me salió saludarles con un «¡hola!» para no sentirme tan mal.
-¿Y más allá de las miradas?
-He escuchado cosas tipo: «Lo que nos faltaba…» O me han soltado que desde que los inmigrantes llegamos al taxi ha bajado el trabajo, cuando yo he comprado una licencia que ya trabajaba, no me han hecho una nueva para mí. Una vez me paró una chica joven en la Diagonal, se subió y cuando giré la cabeza para decirle «buenos días» dijo: «Yo me bajo». Cerró la puerta y no me dio tiempo de preguntarle cuál era el problema.
-Siento la necesidad de pedirle disculpas por estas reacciones.
-Por favor, en el mundo te puedes encontrar de todo. Al principio pensé que, al verme con el pañuelo, nadie pararía el taxi. Tenía mucho miedo, estaba aterrorizada. Pero he encontrado gente superamable que me felicita y me hace gestos desde la calle con el pulgar hacia arriba, que siente curiosidad por saber cómo he llegado al taxi y que les da igual que lleve un pañuelo mientras les lleve a su destino.
-¿Se ha planteado dejar de llevarlo para evitarse malos ratos?
-No. Yo no había llevado nunca pañuelo, ni aquí ni en Marruecos. Me lo puse hace cinco años y lo hice porque yo quise, no porque nadie me lo impusiera. Cuando haces algo porque tú quieres y porque crees que es lo correcto, si no te aceptan llega un momento en que te da igual.
-Aquí cuesta entender que cubrirse el pelo pueda ser una decisión libre.
-¡Incluso mi marido no quería que me lo cubriera! Lo aceptó porque era mi decisión. Es un paso más en lo que marca nuestra religión y lo he hecho en el momento de mi vida que he considerado oportuno.
-¿Está harta de que le preguntemos por el pañuelo?
-No. Hablar sirve para que te vean tal como eres y a veces esta imagen no cuadra con la que algunas personas se han fabricado en su cabeza. Para mí integrarse no quiere decir que una persona deje de ser como es. Yo hablo el idioma, trabajo de lo que haga falta y me relaciono con todo el mundo, pero sigo siendo yo. No tengo que comer carne de cerdo ni beber alcohol para integrarme.
-¿Dónde nació?
-En un pueblecito de Marruecos, entre Meknès y Jénifra. Llegué a Barcelona a los 18 años, tengo 30 y mis dos hijos han nacido aquí. La última vez que fui a mi pueblo no conocía a nadie, me sentía como una extraña, como si hubiera caído del cielo a un lugar desconocido. Me moría de ganas de volver a Barcelona.
-Es más de aquí que de allí.
-España es un país con muchos inmigrantes de muchos países y tiene que ser normal encontrar inmigrantes haciendo cualquier trabajo, porque viven aquí y se identifican más con este país que con el suyo.
-¿Cómo le gustaría que la vieran?
-Como a una persona que está al volante y ofrece un servicio igual que un hombre. Al fin y al cabo todos somos personas y hay que respetar a la persona no por dónde viene o por lo que hace, sino porque es persona y ya está. Que me pregunten lo que quieran, pero que no me miren de esa manera, por favor.