El taxi es el Estado del bienestar y Uber es la jungla

«Que Uber entrase en España como cuchillo en la mantequilla dice mucho sobre el precario sentido de comunidad que tenemos los españoles»

«Cuando con tu frivolidad hayas contribuido a destruir el servicio del taxi, te preguntarás por qué, por un trayecto tan breve, te cobra Uber esa fortuna»

El taxi es el Estado del bienestar y Uber es la jungla
Una persona usando la aplicación de Uber. | Europa Press

Y todo en beneficio de una empresa de Silicon Valley que paga los impuestos en el estado de Delaware o en el ayuntamiento de Shithole o en la pedanía de Motherfucker, no lo sé, me da igual, en alguno de esos lugares horribles, presididos por la bandera nacional, donde de vez en cuando entra un tarado con una ametralladora y mata al primer niño que vea. ¡Felicidades por vuestra idea de la libertad!

Lo seguro es que no se paga al fisco español. Lo seguro es que el chófer precario de coche negro y funeral, con la banderita de la Comunidad de Madrid, no tiene el amparo del Estado ni de la Seguridad Social, ni las responsabilidades con el pasajero asociadas a ello, responsabilidades que, por cierto, nada tienen que ver con darle una botellita de agua ni con llamarle «caballero», sino con la regulación rigurosa de precios y servicios.

Lo seguro es que cuando Uber haya devorado todo el sector -como esas especies animales del Nuevo Mundo que expulsan de su ecosistema a las especies autóctonas-, se haya enseñoreado de todo el territorio, y arruinado, en el proceso, a docenas de miles de familias que hasta ahora, gracias a largas horas de trabajo, podían, prestando un buen servicio a la sociedad, sacar a sus familias adelante, incluso financiar la universidad de sus hijos para que disfrutaran de la libertad que ellos no tuvieron, o sea: ser señores de sí mismos, y poder considerarse, aunque al final del largo turno de trabajo acusen la fatiga, señores de sí mismos, seres humanos libres…

No quedará nada vivo y razonable. Uber es la versión digital de esas cotorritas americanas que se zampan a nuestros gorriones… el equivalente de las feas y robustas ardillas grises de Norteamérica que liquidan a las preciosas ardillitas rojas de Inglaterra…

Entonces, cuando con tu frivolidad hayas contribuido a destruir el servicio del taxi, te preguntarás por qué, por un trayecto tan breve, te cobra Uber esa fortuna, tal como pasó recientemente en Madrid, cuando se permitió a esa compañía, y no a los taxis, ocuparse de los traslados del Mad Cool. ¡Pedazo de tonto, tú mismo financiaste al vampiro que te está sacando la sangre! ¡Eres tan necio como los taraditos que cuando murió Steve Jobs lloraban porque aquel asesino en serie había diseñado ordenadores muy monos! ¡Eres como los gilipollas que compran a Amazon y al mismo tiempo lamentan que cierren las tiendas del barrio, tan coquetas, tan monas! ¡Te mereces lo que te va a pasar! ¡No vengas luego a llorarme diciendo «ay, ay, yo no lo sabía…»!

«Cuando con tu frivolidad hayas contribuido a destruir el servicio del taxi, te preguntarás por qué, por un trayecto tan breve, te cobra Uber esa fortuna»

Dejé de apoyar a Ciudadanos el día en que vi a Inés Arrimadas (a quien por otra parte tanto admiraba por la valiente energía con la que plantaba cara al nacionalismo de mi región natal) luciendo, al pie del micro por el que hablaba en una rueda de prensa… el logotipo de Cabify. Apaga y vámonos, Ignacio, me dije, estos también son enemigos del pueblo, a estos también los han comprado. 

Creo que es alucinante que las justificaciones que está dando estos días Uber sobre las prácticas mafiosas a las que recurrió para imponerse en tantos países, destruyendo el tejido laboral y social en el sector del transporte y arruinando a docenas, si no a cientos de miles de familias, aleguen que los responsables de tales «malas prácticas» ya no trabajan en la compañía.

El personal turbio que levantó el imperio multinacional se ha ido, ha desaparecido milagrosamente, y ahora sólo trabajan en la compañía clean cut kids, gente honesta y aseada. ¡Toma, claro, cuando los sicarios han despejado el terreno y lo han sembrado de cadáveres, ya puede venir la siguiente generación a declararse pacifista y bondadosa! ¡Y a echar unos céntimos en el cepillo de la iglesia de la esquina! ¡Está bien explicado en la tercera parte de El Padrino!

De verdad que en cuarenta años de profesión periodística había visto pocos casos de un cinismo tan descomunal.

Que Uber entrase en España como cuchillo en la mantequilla dice mucho sobre el precario sentido de comunidad que tenemos los españoles, que (salvo en algunos casos) no quisimos escuchar las razones, la justa causa de los taxistas desesperados, a los que Uber vino a robarles el jornal, que paralizaron la Castellana (¡uf, qué pesados!), y sólo atendimos al precio más barato (¡de momento!) del chófer-esclavo de la app y a la botellita de agua gratis. ¡Felicidades a todos mis conciudadanos madrileños por tanta inteligencia, por tan peculiar sentido de la solidaridad!

Pese a quien pese, y no importa la opinión que se tenga de ella, hay que reconocerle a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que demostró solidaridad con los taxistas, y que supo resistir las presiones de los especuladores de la economía digital, los matones mafiosos de Silicon Valley (creo que después de las revelaciones de The Guardian y de El País de estos días sobre el Uberleaks ya se les puede llamar así), y defender a miles de familias que no pueden alimentarse digitalmente sino que necesitan garbanzos, huevos, lentejas, carne, pagar el alquiler, los impuestos, etc. ¡Vida orgánica, no apps sexys en el teléfono que también te vende Silicon Valley!

Y al defenderlos a ellos, Colau defendía a Barcelona, al Estado del Bienestar y en general a las familias españolas y a su libertad.

No puede decirse lo mismo de los genios que gobiernan la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid, que sumisas y encantadas presentaron el culo a Uber, y cuya irresponsable necedad, en este caso, espero que sea achacable sólo a limitaciones intelectuales (que son clamorosas, por otra parte), y no a otras causas, como hermanitos enmascarados de los que no sabíamos nada, y cosas así. Veremos. Mantengámonos atentos a subsiguientes revelaciones.

Ignacio Vidal-Folch. Nacido en Barcelona en 1956, escribe artículos para la prensa y ficciones. Su último libro publicado es la novela ‘Pronto seremos