OPINIÓN Foro Taxistas ‘El fregado del taxi en 2021’
Con carácter general hablamos del sector del taxi, incluso desde dentro del mismo, como si fuera
una misma cosa homogénea y de ámbito nacional o incluso internacional. Cierto es que
prácticamente en todo el mundo un taxi es un vehículo con conductor provisto de un aparato
contador o taxímetro para transportar viajeros por un precio. Pero ahí terminan las similitudes.
Las múltiples regulaciones de dicho servicio van, según cada país, desde la plena liberalización,
incluidos precios y licencias, hasta las más estrictas y reguladas normativas sobre licencias,
tarifas, vehículos, conductores, ámbitos y horarios de servicio, paradas, suplementos, descansos,
jornadas, y un sinfín de controles. En España, además hay que multiplicar por diecisiete y aún
luego distinguir por cada Ayuntamiento, pues se dan diferencias sustantivas entre municipios, a
veces colindantes.
Luego existe también el mercado de operadores de transporte de viajeros. Antes circunscrito a las
agencias de viajes, junto con las clásicas radioemisoras de taxis, y, ahora dominado por las
plataformas digitales, dueñas y señoras de las carteras de clientes y los proveedores de servicios,
bien sean taxistas, VTC u otras modalidades. Estos operadores se encuentran también regulados,
pero de un modo mucho más flexible que los licenciatarios de taxis. Aportan la tecnología en la
intermediación y organización de los servicios, sin cargar con los costes de mantenimiento de
vehículos y conductores. La parte del león en la movilidad.
Y, por último, como en todo negocio, se encuentra el Estado, con su voraz hacienda y su pejiguera
Administración, siempre dispuesta a hacer de la regulación que emana una aduana y un pódium
a la par. Eso cuando no hay corrupción.
Una vez expuesto como se reparte el mercado, procede reparar en quienes actúan en el mismo,
esto es, los taxistas. Y aquí debemos hacer otra parada y distinguir, entre los que explotan
personalmente como autónomo su único taxi, aquellos que disponen de varias licencias y las
explotan juntamente con varios conductores, o aquellos que las gestionan sin participación
personal en la explotación del taxi, que queda en manos de conductores asalariados, en el mejor
y más transparente de los casos.
Estos taxistas, a su vez, se reúnen en asociaciones para defender en grupo sus intereses
corporativos, en cooperativas para proveerse de servicios como talleres y recambios, o en
entidades para la comercialización de sus servicios como las radioemisoras, tanto en régimen
cooperativo como en régimen societario. A consecuencia de esta organización, surgen dirigentes,
dirigidos, colaboradores, independientes e incluso “outsiders” del sistema. Y como en el resto de
los ámbitos sociales, los intereses de cada cual difieren notablemente según la posición que
ocupan en el reparto de esta obra. Y mucho.
Hasta el punto que los conflictos de intereses entre los propios taxistas -vistos de cerca-, invitan
a repensarse todo lo que aparenta una manida y maniquea “guerra del taxi” expuesta en los medios
de comunicación como una lucha entre taxistas y plataformas digitales, cuando más bien es una
guerra entre radio-emisoras y plataformas digitales, sindicalistas dirigentes de asociaciones de
taxistas contra homólogos, taxistas contra taxistas, radio-emisoras frente a asociaciones de
taxistas, y de todos contra la Administración, si pasa por allí y conviene a alguno de los
contendientes. Discúlpenme, si me he dejado algún conflicto por relacionar, que los hay.
Todo este exordio viene al caso para situarse en la complejidad de una actividad -la del taxi y los
taxistas-, que, muy afectada por la transformación de las ciudades, los avances de la técnica y
ahora por las consecuencias de la gestión de una epidemia, afronta como pocas un importante reto
en el año 2021: la supervivencia de la estructura económica y social de los actuales taxistas.
Y no porque como tal la actividad de taxi se encuentre inminentemente amenazada (hasta el coche
autónomo esperará unos años), puesto que siempre va a existir la necesidad de desplazarse puerta
a puerta. Sino porque la incidencia de los vertiginosos cambios a los que está siendo impulsada
la sociedad, provoca una fuerte transformación en esta actividad hiperregulada en España que
puede triturar a los actuales taxistas y sus estructuras y, como dijo Alfonso Guerra respecto a
nuestro país, dejarla que no la reconozca ni la madre que la parió.
La tormenta perfecta este 2021 se forma en torno a un sector que viene lastrado estructuralmente
de hiperregulación; sobredimensionado, atomizado (64.110 licencias en manos de
aproximadamente 62.996 autónomos), con “oficio” pero con carencias en la formación (por
ejemplo, en idiomas), escasamente tecnificado y deficientemente comercializado (demasiada
circulación en vacío y tiempos de espera) para satisfacer eficientemente las necesidades del
sistema de transportes.
Además, el sector manifiesta unas tensiones internas coyunturales que le dificultan afrontar el
nuevo año con visos de éxito, mientras sigue azotado por una crisis de demanda como nunca la
hubo y unas tesorerías extenuadas por la crisis económica. A lo que añadir la interferencia de un
Gobierno que ha dañado mucho a este sector y de las diecisiete taifas y los múltiples ediles
involucrados en su regulación, culmina un panorama de perspectivas poco edificantes para los
titulares de licencias de taxi, por cierto, cada vez con menos valor de intercambio en el mercado.
¿Qué les queda a los taxistas ante tan agorero panorama? Muchas cosas antes de bajar los brazos.
Entre ellas y con urgencia, huir de salvadores, populistas y oportunistas. Incidir en la
profesionalización personal y gremial, y sobre todo unirse, cooperar, colaborar, asociarse
proactivamente. Buscar más que nunca todo tipo de sinergias, entender que su negocio requiere
inversión para competir. Ver en el otro un verdadero compañero de profesión, sin polarización ni
dogmatismo.
Y, sobre todo, trabajar sin descanso, y auto afirmarse en la dignidad profesional ante unos poderes
públicos que les deben mucho mientras les han dado bien poco y les han generado muchos daños
(desde la Ley Ómnibus hasta el actual abandono en la crisis por la gestión de la epidemia de
Covid-19).
No confundir sus intereses con los de quienes dirigen las entidades asociativas o mercantiles del
sector. Dejar de focalizar sus males en el pensamiento mágico de que las plataformas y otros
operadores son demonios extorsionadores y entender que en un mercado complejo la introducción
de la competencia y la competitividad siempre viene a sumar y favorece el crecimiento y el
desarrollo profesional e incluso personal. La pertenencia a redes de solidaridad y defensa
profesional no es incompatible con la colaboración con entidades comercializadoras o
plataformas digitales, como no lo es en otros cientos de negocios y actividades económicas de la
Unión Europea.
Apostar por la iniciativa personal y el emprendimiento, y, por supuesto, exigir sus derechos y
cumplir con sus obligaciones, sabiendo que sólo uno mismo es dueño de su destino y que los
distintos Gobiernos no van a hacer nada mejor que lo que los propios taxistas hagan por ellos
mismos y por su sector.
Quizá con toda esa lista de deseos para 2021 y pisando la realidad sin miedo, el sector del taxi
pueda estar en estas fechas de 2022 en una mejor situación que estaba antes del 14 de marzo de
2020, aprovechando este año.
¡Y que la suerte acompañe al trabajo!
Emilio Domínguez del Valle. Abogado experto en movilidad y transportes. Secretario Técnico de FEDETAXI.