Juan Marsé y el taxi: "Recordar es mi manera de afrontar el futuro"
BARCELONA. LA VANGUARDIA. Xavi Ayén.- Juan Marsé (Barcelona, 1933) se disculpa por el desorden que reina en su despacho. “Es que estoy haciendo limpieza, una amiga me está ayudando a deshacerme de cosas y está todo por el suelo”. Vuelve del oftalmólogo y, si no fuera porque el doctor le ha hecho preocuparse un poco por el futuro de su ojo derecho, podría decirse que está viviendo una buena época. Su última novela, Caligrafía de los sueños (Lumen), muestra su gran estado de forma como narrador, y en ella, además, ha dado cabida como nunca a elementos de su propia biografía, de tal modo que a veces cuesta distinguir al Ringo de ficción del Juanito Marsé adolescente.
Ringo, como usted, es hijo de un taxista que, al morir la madre en el parto, es dado en adopción a unos viajeros que no pueden tener hijos. ¿Por qué se decidió a escribir sobre ello por primera vez?
Porque encaja en la historia que quería contar, ni más ni menos. Nunca hasta entonces había tenido el menor interés en narrar este episodio de mi vida, por decisivo e importante que fuera. Sabía que, ante todo, este hecho tenía que convertirse en materia literaria, y eso sólo podía suceder con el paso del tiempo. Quería simplemente contar algunas cosas que, en el tránsito de la pubertad a la adolescencia, le pasan a un chico que se halla en desacuerdo con la realidad, que es incapaz de asumirla, y la repudia en beneficio de algunos sueños personales, que no son otra cosa que un correctivo a la realidad. Y para conseguir ese objetivo, eché mano de vivencias familiares.
¿Qué recuerdos tiene de su padre?
De mi padre adoptivo tengo el recuerdo de un hombre de origen campesino que nunca se entendió con la ciudad, un tipo generoso, campechano y un poco frescales, que mantuvo sus ideales republicanos hasta más allá de lo políticamente incorrecto, rozando la delincuencia. Él me enseñó a discernir por mi cuenta, a despreciar una Iglesia hipócrita y cómplice de una dictadura criminal y a respetar en cambio la fe de su mujer, católica practicante. Creo que esa fue la lección más importante que me dio.
Usted mantuvo contacto con su padre biológico, el taxista Faneca. ¿Cómo fueron esos contactos?
Le vi dos veces en mi vida. La primera, a los diez años, poco después de saber que no era hijo de los Marsé. Ya me habían prevenido: había otros padres y otra hermana, otra historia. La segunda vez, en la boda de mi hermana biológica, Carmen, cinco años mayor que yo. Fue en el año 48 o 49. Estuvimos hablando unos minutos, mi padre y yo, no sabría decir sobre qué. No conservo un recuerdo muy vivo. Me pareció un extraño. Atento y simpático, pero extraño. Parece que yo me mostré tímido y más bien desdeñoso, eso me dijo después mi madre adoptiva, y me lamenté, porque ella apreciaba a este hombre. No volví a verle.
¿Ha confundido alguna vez la felicidad con el éxito?
A lo largo de cincuenta años publicando, me ha ocurrido bastantes veces, me temo. Es fácil caer en la trampa, confundir la felicidad con el éxito, sobre todo en una sociedad cultural tan frágil como la nuestra, tan atiborrada de políticos analfabetos y de funcionarios culturales y figurones papanatas y tan yerma de contenidos y debates, dispuesta siempre a confundir la literatura con la vida literaria, como le dije en cierta ocasión a la señorita Mari Pau Janer.
¿Cuándo cayó en esa confusión?
Tal vez en ocasión de alguno de los premios que tan generosamente me fueron otorgados.
Caligrafía de los sueños puede leerse como una historia de amor, y usted ha defendido el amor como uno de esos elementos que permiten intentar que la vida sea feliz. En su vida, ¿el amor ha sido más importante que la escritura?
Me resisto a establecer prioridades en materia de amor y de felicidad. Entiendo la escritura como una pasión que se alimenta de una sucesión de íntimos fracasos: en todos y en cada uno de mis libros, solamente yo sé la distancia que media entre el ideal que me propuse al empezar a escribirlos y el resultado final obtenido.A veces, al margen de la buena acogida que pueda tener el libro, la distancia es enorme. Pero si la pasión persiste, no se ha perdido nada. Bueno, pues para un escritor auténtico, sin duda este amor debería ser lo primero. En cuanto a la búsqueda de la felicidad, pues sí, opino que todos deberíamos obligarnos a esa búsqueda… incluso a riesgo de caer en el ridículo, como la pobre señora Mir.
¿Cómo eran esas burlas de los chiquillos que usted recuerda? ¿Llegaban a la crueldad que ha descrito en algunos de sus libros (palizas, etc.)?
Bueno, pues sí, podía haber mucha violencia en los juegos de los chavales durante aquellos años de la posguerra, cuando la calle era nuestra, incluso en la parroquia. Recuerdo peleas y guerras de piedras con los cabezas rapadas del Carmel y del Guinardó. Y burlas y bromas crueles con algunas chicas, las pocas que se atrevían a relacionarse con chicos. Debo decir que yo era más bien timorato y demasiado reflexivo para lucirme como gamberro. Sólo recuerdo una pelea a puñetazo limpio, en una esquina de la calle Massens, con un chaval que se burló de mí a causa de una chica que nos gustaba a los dos… Fui un gamberrete sin vocación ni convicción, y no me quedó mala conciencia a la hora de evocar esas vivencias con la escritura.
¿Ha necesitado documentarse sobre las ratas azules? A estas alturas, ¿se documenta para escribir de la posguerra?
La primera persona que mencionó las ratas azules fue mi padre, que trabajaba en la brigada de desratización. Cuando necesito información la busco donde sea. Me informé someramente, me bastaba recordar ciertos hábitos de mi padre en relación con el trabajo y algunas cosas que contaba.
Caligrafía de los sueños traza puentes con Si te dicen que caí y el ciclo de novelas que encabeza. ¿Qué le quedaba por decir de ese mundo?
Yo no lo veo como un ciclo. La escenografía urbana es la misma, pero se va ampliando un poco más en cada novela, la atmósfera puede ser la misma, tenga en cuenta que la posguerra fue larga, parecía interminable, pero la trama, el argumento –esta palabra no me avergüenza– es distinto… Los críticos suelen señalar, a menudo con excesivo énfasis, que yo dispongo de un mundo propio situado en una época concreta, la posguerra, y que siempre vuelvo a este mundo y a esta época. Es halagador: todo escritor procura levantar un mundo propio, pero distinguir de tal manera ese aspecto, lo del autor volviendo a ese mundo ficticio una y otra vez, tambien podría entenderse comoconsecuencia de no ser capaz de salir de él. En el elogio puede ir implícito un cierto reparo. Recordar es mi manera de afrontar el futuro porque, como dijo Faulkner, el pasado todavía está sucediendo.
¿Y cuál es la explicación?
He intentado explicarlo muchas veces: aquellos años de silencio y penuria me marcaron de tal forma que oigo todavía las voces de la gente que entonces no tenía voz, y ahora quiero dársela, aunque se produzcan resonancias. Pero volviendo a su pregunta: de este mundomequedaba por contar la historia sentimental de la señora Mir, y la de un chicomuy observador, formal y responsable… pero que, de la misa, sólo sabía la mitad.
¿No ve una película basada en Caligrafía de los sueños?
Me han dicho que alguien tiene interés, pero teniendo en cuenta las experiencias anteriores…
Es que usted siempre critica el resultado, hombre…
Al menos, que me quede el derecho de decir si me ha gustado la adaptación de una novela mía, ¿no? Se ve que no, que lo que hay que hacer es cobrar, callar y decir gracias. Fue increíble la reacción de Fernando Trueba por mis críticas a El embrujo de Shanghai…
Tuvieron también mucho eco sus opiniones sobre la novela de Maria de la Pau Janer que ganó el Planeta en el 2005. ¿Nunca se ha arrepentido de algo que haya dicho?
No. Más bien, me arrepiento de las cosas que me he callado, del mismomodo que nomesuelo arrepentir de lo que he hecho, pero sí de lo que no he llegado a hacer. Mire, tengo la impresión de que en este país todo el mundo tiene la piel muy fina y de que no existe ningún debate. Antes los escritores se decían unas cosas mucho más terribles y no pasaba nada.
Sus obras reflejan dos mundos en contacto, casi como dos planetas diferentes, el de los burgueses o gente de bien, y el de los que están al margen. ¿Se siente cómodo transitando por esa doble esfera?
Eso está sobre todo en Últimas tardes con Teresa y en Si te dicen que caí, quizá también en Un día volveré, pero no en todas mis novelas, y menos aún en los relatos. Es otra de las medallas queme ha colgado la crítica. Sí, no tengo problema para moverme en esos dos mundos, pero estoy lejos de querer confrontarlos y sacar consecuencias sociológicas o políticas. Y me atrae más el mundo de los perdedores que el de los vencedores.
Usted formó parte de la gauche divine, que ha recreado en algún escrito. Sin embargo, era distinto a todos ellos. ¿En qué sentido?
La llamada gauche divine era una entelequia más o menos glamurosa, más o menos ilustrada, más o menos alcohólica, noctámbula, guapa, antifranquista, burguesa, sofisticada, displicente y verbosa. Yo poseía entonces alguna de estas cualidades, pocas (nunca he sido sofisticado, ni verboso, ni guapo, ni burgués) pero no la conciencia de pertenecer al grupo, ni siquiera había conciencia de grupo. No entonces.
Su padre fue de ERC y luego del PSUC. Y su madre, la telefonista de la centralita del partido. Usted, ¿se sigue sintiendo parte de la izquierda?
En primer lugar, ¿de qué izquierda queremos hablar? En este país, actualmente, yo no veo políticos de izquierdas por ninguna parte. La derecha ni siquiera necesita gobernar para hacernos tragar, quieras que no, su infinita capacidad de hipocresía, su corrupción y su carcundia. Así que no sé qué decir. Lo mejor que se me ocurre para responder a su pregunta es repetir aquí las sabias palabras de Joseph Roth: la alegría de haber bregado en la juventud por un ideal sigue determinando nuestra conducta mucho después de que la duda nos haya vuelto lúcidos, conscientes y desesperanzados.
Supongo que deben existir infinidad de estudios sobre la sexualidad en sus obras y, de hecho, muchos de los lectores que empezaron a leerle jóvenes aluden al atractivo que suponía que sus libros fueran picantes. ¿Cómo diría que han reflejado sus obras el tema?
Bueno, la verdad, nunca se me habría ocurrido calificar esas obras de picantes, y conste que no meparece mal, pero no sabría qué decir al respecto… Si se refiere a que en mi escritura priva mucho el aspecto visual, o sea, quemegusta hacerle ver al lector lo que le estoy contando, dando a veces prioridad narrativa al aspecto físico de los personajes, y, en fin, si estos son jóvenes y con atractivo físico, con cierta capacidad de seducción, no sé, Teresa Serrat y el mismo Pijoaparte serían ejemplos válidos, o incluso la Violeta de Caligrafía de los sueños, pues sí, diría que quizá es un aspecto a tener en cuenta. Yo entiendo esa relevancia de lo visual como un elemento fundamental en la novela, no sabría contar ninguna historia sin esa necesidad de hacer ver, sin ese deseo de ofrecer imágenes al lector, no sólo ideas o conceptos. Se ha dicho que se debe a la influencia del cine, pero no creo que sea solamente eso. La poesía de Góngora o de Quevedo está llena de imágenes.
¿Cómo es un día en su vida?
No creo que tenga mucho interés. Me levanto a las ocho y salgo a caminar media hora, antes de desayunar y hojear la prensa. A eso de las nueve me pongo en faena, con música para anular los acúfenos. Hasta las dos. Por la tarde leo o veo una peli, me ocupo del correo, atiendo alguna visita, y a última hora, a veces, reviso el trabajo de la mañana. Pero eso puede variar.
¿Qué opina de que el gobierno de la Generalitat haya decidido recortar en sanidad?
Que siempre son los mismos los que pagan los platos rotos.Han sido los banqueros y los grandes tiburones de las finanzas los que nos han montado este despelote de la crisis, los que han causado cinco millones de parados, pero ellos se van de rositas y tan ufanos. Hay que ver esa película que los retrata, Inside Job. Formidable. En Catalunya nos esperan veinte años más de pujolismo… más Mas.
¿Nunca ha tenido quejas por el uso puntual del catalán coloquial y los catalanismos en sus libros?
Sus cucs, nanos, mastresa… En una reseña de Caligrafía de los sueños publicada en el suplemento cultural del diario El Mundo, el crítico Ricardo Senabre, siempre en pos de alguna mácula en una ficción literaria, señalaba el error de escribir ginesta en lugar de retama y lo tachaba de catalanismo. No sé si es un catalanismo, María Moliner lo acoge en su diccionario de la lengua española, pero, en todo caso, ¿por qué diablos no lo voy a poder usar, si la palabra ginestamesugiere mucho más que la palabra retama? ¿Por qué se pone este señor en tan exquisito plan académico? ¿Qué sabe él de las variantes de la lengua española que se habla en Barcelona? ¿Por qué lo que es normal en la narrativa de otros países, el uso de vocablos dialectales, aquí no lo es? Les recomendaría a esos comisarios de la lengua que leyeran a Céline en francés, o a Salinger en inglés, y verían las libertades que se toman, y que la crítica no les afea. En fin, dejémoslo…