Feria fluida, ciudad feliz
* Los congresistas tiran de metro y taxi y se mueven por Barcelona sin excesiva dificultad
BARCELONA. EL PERIODICO. CARLOS MÁRQUEZ DANIEL.- Menudo engorro lo de pagar el metro en un país que no es el tuyo. Primero encuentra la opción de los idiomas. Luego intenta ver la luz entre las múltiples opciones de tarjeta que te ofrece la máquina. Después aclárate con las monedas si lo que sueles manejar son dólares, yenes, coronas o rupias. Para colmo, hazlo rápido porque detrás hay una cola de 10 personas, todas ellas igual de embobadas. Tan buenos con los móviles, tan poco diestros con el chisme dispensador de billetes. Aunque estos días hay más coches de lujo que nunca, son una minoría los congresistas que se pueden permitir un Mercedes tamaño industrial esperando en la puerta de la feria. La mayoría usan el transporte público, sobre todo el metro y el taxi. Se pierden, preguntan, vuelven atrás; recorren Barcelona con esa acreditación colgada del cuello que no se quitan hasta el momento de ponerse el pijama.
Conseguida la tarjeta adecuada del suburbano, falta el trámite de acceder al andén. En 10 minutos, una quincena de jóvenes ejecutivos se clavan el torno en la cadera. Ademán de dolor y volver a empezar. El billete va al revés. Ahora sí. El tema del taxi es más sencillo. La cola parece menos sangrante que otros años. La parada de Rius i Taulet, bajo la Font Màgica, ha cogido protagonismo ante el temor fundado de manifestaciones en la plaza de Espanya. El primer día de congreso los taxistas realizaron 20.000 carreras extra. Estos días trabajarán entre un 25% y un 40% más, el porcentaje de facturación que se calcula han perdido en los dos últimos años.
Mucha policía, poco caos
«Este año parece que no está tan complicado llegar a la feria en hora punta. No me preguntes cómo lo han hecho, pero Aragó y Tarragona están más tranquilos». José es un taxista genético. Ya lo era su padre, y de él ha heredado, además de la escasez de pelo de la que se ríe con soltura, un olfato envidiable para evitar atascos. Se ve más policía, ¿puede ser que esto ayude a ordenar mejor el tráfico? Hace que sí con la cabeza mientras avanza un sitio en la parrilla. «Sin duda, antes daban prioridad a los peatones en la plaza y ahora, aunque el semáforo esté rojo, nos siguen dejando pasar para descongestionar las calles que mueren o empiezan en la plaza de Espanya».
Tiene razón. Cuesta dar la vuelta andando. Los urbanos usan el silbato como nunca y mueven los brazos con fuerza para que los autos den gas mientras los peatones aguardan su turno. El punto menos concurrido está frente al centro comercial Las Arenas. Está rojo y todos los viandantes cruzan. ¿Todos? Los japoneses, con cámaras que superan los 3.000 euros la unidad, esperan que el muñequito pase al verde. Disciplina o muerte.
La ciudad cambia cada vez que los expertos del móvil llegan. La Casa Batlló se ilumina como nunca, la limpieza de las calles roza la excelencia, los Mossos están por todas partes para dar caza a los amigos de lo ajeno. Uno quisiera que la feria del móvil durara siempre si no fuera por esas limusinas delante del Botafumeiro que no dejan pasar, lo complicado que resulta coger un taxi fuera de la zona cero o la subida de precios de algún que otro comercio que hace el agosto.
Dijo John Hoffman, el hombre que estos días manda más que nadie, que la elección de Barcelona se basó en su «voluntad de innovar». Habló más tarde, por aquello de ser honestos, del «clima y la gastronomía». Intenten ahora reservar una mesa en un restaurante del Eixample. Todo lleno. Esos 275 millones de euros se van asentando en la ciudad. Y los 65.000 visitantes, en el tercer día de congreso, seguro que ya saben cómo usar el metro.