En busca del taxi perdido

  • El futuro de un transporte público en plena transformación
  • Los taxistas admiten que las trampas son una lacra que ha dañado la calidad y la imagen del servicio
  • Acusan a las empresas de forzar a sus empleados a ningunear las normas
  • BARCELONA. EL PERIODICO. CARLOS MÁRQUEZ DANIEL.- El sector del taxi confunde lo habitual con lo normal. Son habituales el pago de comisiones a los conserjes de hotel para lograr una carrera al aeropuerto o que algunos conductores cojan caminos que hinchan el taxímetro 10 euros si el cliente es un turista embobado. También es habitual que un chófer no hable catalán y a duras penas entienda el castellano o que un taxista no sepa cómo llegar a la plaza de Catalunya. Del mismo modo, es habitual que los extranjeros trabajen al margen de los españoles y que su relación sea nula e incluso a veces mala o muy mala. Todo esto pasa, es habitual y todos lo saben; pero en ningún caso puede considerarse normal. El colectivo parece resignarse a sus propias trampas. Las normaliza. «Es lo que hay», se encogen de hombros. ¿Solución? Piden una administración que abra los ojos y reaccione ante la evidente mala praxis de una parte del gremio. ¿Y eso bastará? con cerca de 10.000 licencias, admiten que cada cual «mira por lo suyo», pero un poco de control «seguro que evita que se superen límites peligrosos».
    En la parada de Diputació con Rambla de Catalunya hay taxistas de toda la vida y algunos que entraron en el gremio en busca de un refugio anticrisis. Lleven tres décadas o un par de años, comparten un mismo y desalentador discurso. «Esto ha sido así toda la vida. Siempre hemos dicho que el taxi petará cualquier día», resume Jesús, con 10 años al volante. Al lado tienen el Hotel Cristal Palace, donde no se debería poder encochar porque hay una parada a menos de 50 metros. «Por la mañana llegan taxis con la tarifa ya puesta que puede venir marcando siete euros. Al llegar al aeropuerto, el turista pagará unos 60 euros cuando no deberían ser más de 25», explica Javier, uno de los jóvenes.

    Para mí y para el jefe

    A principios de año, un conductor paquistaní, asalariado de una empresa que explota medio centenar de licencias de taxi con dos turnos de 12 horas, quiso cobrar 50 euros a un cliente en El Prat. «25 euros para mi y 25 euros para mi jefe» le dijo a sus colegas, alertados por el turista que no entendía nada. En la parada de Mallorca con Balmes es habitual que los chóferes nieguen el servicio a los usuarios locales. «Solo aeropuerto», responden. En la de la Rambla del Raval, junto al Hotel Barceló Raval, Manuel se quedó un día en la parada tras dejar a un cliente. «No había nadie. A los pocos minutos vino un paquistaní y me dijo que me fuera, que esa parada era para ellos. Pegué un grito a un policía que había cerca y el hombre se fue pitando».
    A pesar de hablar de razas o procedencias, el problema radica en el modelo laboral. La mayoría de los que se sacan el carnet de taxista -cerca de la mitad ya son extranjeros- no tienen dinero para comprar una licencia y no les queda otra que entrar a formar parte de una empresa que le pagará un fijo pero también le exigirá una recaudación mínima obligatoria. Antes funcionaba el modelo de un taxi, un conductor, pero la ley del taxi del 2003 abrió las puertas a la contratación a la que también recurren los propios autónomos.

    Vocación perdida

    «El problema -explica Carles, con 29 años en el taxi- es que los aprietan tanto que acaban haciendo trampas, saltándose la ética de la profesión para poder llegar por la noche con una cartera suficiente como para que no les cambien por otro que está en la puerta esperando». Este chófer de 58 años, que ahora explota la licencia de otro compañero tras vender la suya, está ya «harto». No solo por el bajón en la facturación, sino porque echa de menos «la vocación de años atrás». «Se ha perdido el respeto por el cliente, y cuando eso pasa es muy difícil sentirse a gusto. Los floteros -nombre que reciben los empresarios del taxi- no tienen escrúpulos y van a saco. Les importa un pepino todo», dice.
    Miguel, Jesús, Javier y Manuel discuten sobre si sobran taxis, sobre si hubo un tiempo en el que los carnets se compraban, sobre si en los exámenes se presentaba uno en nombre de otros porque el control de DNI era superficial, sobre si la administración ha ido de la mano de las empresas porque les interesa que les paguen las altas de empleados, sobre…. Hablan y van desapareciendo porque los clientes van viniendo. Quizás sea lo único bueno, de momento hay trabajo, aunque menos. Eso sí, cuando la cosa empeore, advierten, veremos si lo habitual y normal pasa a ser el origen de algo más desagradable.