El taxista agredido en L’Hospitalet: “Solo le pedí que se pusiera la mascarilla y dejara la copa”
Ahsan relata a este diario cómo sucedieron unos hechos que ha denunciado a los Mossos y que han indignado al gremio de taxistas
BARCELONA. EL PERIÓDICO. GUILLEM SÁNCHEZ.- Ahsan conducía el taxi que comparte con su hermano durante el turno de la noche del sábado al domingo. Cuando faltaban pocos minutos para la una de la madrugada, al filo del toque de queda que vacía las calles para tratar de contener la virulenta propagación de la variante ómicron por orden de las autoridades sanitarias, una pareja requirió sus servicios a su paso por la plaza Mare de Déu del Pilar, en L’Hospitalet de Llobregat. Detuvo el coche pero quien primero se sentó en su asiento trasero fue un hombre corpulento que no había visto todavía. El hombre llevaba en la mano una copa de cristal, no usaba mascarilla y parecía estar bajo la influencia del alcohol. “Le pedí que se pusiera la mascarilla y que tirara la copa porque no podía meterla”, explica Ahsan a EL PERIÓDICO. El hombre ni quiso ponerse la mascarilla, ni tampoco tirar la copa.
Su negativa supuso el inicio de una discusión entre él y uno de sus amigos, el varón que formaba parte de la pareja que había llamado la atención de Ahsan para que detuviese el taxi. “Comenzaron a gritar y, de repente, la copa de cristal se rompió dentro del coche”, recuerda. El estallido del vaso lo que provocó fue que el cliente la emprendiera a golpes con Ahsan. “Me dio un puñetazo en la frente y quise salir corriendo”, detalla. Pero, debido a los nervios, no logró desabrochar su cinturón de seguridad hasta el segundo intento. Y cuando salió del taxi para huir, el cliente lo alcanzó de nuevo en el exterior y, con una barra extensible desplegada, según la versión del taxista, lo golpeó en el brazo. A continuación, el amigo del agresor sujetó a Ahsan para inmovilizarlo, agarrándolo por la pechera.
Paliza sin oposición
Tras estos dos primeros golpes, el cliente se dirigió al cristal posterior y lo reventó de un puñetazo. Después, regresó junto a Ahsan, que seguía inmovilizado por su amigo. Entre los dos, arrojaron al taxista al suelo y le propinaron patadas y puñetazos en la zona de la espalda. Ni Ahsan sabe cuántos golpes recibió ni está muy seguro del tiempo que duró la agresión. Sí recuerda con nitidez que nadie acudió a socorrerlo a pesar de que había más personas a esa hora en ese lugar. “Mientras duró, no vino ninguna persona a ayudarme”, remarca entristecido. Antes de dar la paliza por acabada, los agresores cogieron su teléfono móvil y se lo rompieron contra el suelo. Después, se marcharon.
La única ayuda que recibió Ahsan fue posterior al ataque. Uno de los presentes se acercó para decirle que había reconocido a uno de los agresores: era el dueño de un bar de L’Hospitalet. Y otro taxista, paisano de Ahsan –que nació en Pakistán–, le cedió el teléfono.
La cámara
A las cuatro de la madrugada, Ahsan se dirigió al CAP de El Prat de Llobregat, municipio en el que reside, para ser atendido. De ahí salió con un parte de lesiones que entregó en la comisaría de los Mossos d’Esquadra de esa localidad. Su declaración, recogida en una denuncia que Ahsan ha mostrado a este diario, cuenta con una prueba audiovisual: la grabación de una videocámara –también aportada a este diario– que la víctima tenía instalada por seguridad en la cabina del coche desde hace diez días, concretamente desde que otro taxista fue agredido por un arma blanca en el centro de Barcelona.
Los hechos han indignado a la comunidad del taxi, que estudia convocar movilizaciones de protesta. También han reactivado la necesidad de legislar el uso de cámaras de vídeo en los taxis, una medida que todavía no está adecuadamente autorizada.
“Lo peor no fueron los golpes sino el miedo que te queda. Miedo a volver a ser agredido otra noche”, explica Ahsan, que, como tantos otros taxistas, retiró la mampara en verano porque impedía que el aire acondicionado llegara a los clientes y estos protestaban. El coche, que recibió más desperfectos que los agresores causaron con la hebilla de un cinturón, volverá a estar operativo a finales de semana si llegan los recambios de los cristales. Tenerlo aparcado implica dejar sin ingresos a la familia de Ahsan, que tiene un hijo, y también a la de su hermano, que tiene tres hijos. Un castigo añadido a la paliza que no cubre el seguro. Los Mossos han abierto una investigación pero todavía no constan detenciones.