"Fui la primera taxista norteamericana de BCN", dice Anna Kalme

BARCELONA. NURIA NAVARRO. EL PERIODICO.- Anna Kalme (Greenwich, Nueva York, 1968) soñaba con ser una alta ejecutiva de una multinacional, pero hace ocho años se transformó en la primera taxista norteamericana de Barcelona. Subir a su Toyota Prius garantiza un diálogo interesante.
–Me crié en una granja en Greenwich, a unos 20 minutos de Albany, en el estado de Nueva York. Luego estudié Administración de Empresas e hice un máster de márketing en el Siena College. Para completar mis estudios,
decidí aprender castellano. Con ese propósito, llegué a Barcelona en 1991.
–Y aquí se quedó por amor, fijo.
–Al principio, sí. Un mes después de llegar aquí conocí al que sería mi marido, un catalán pero de padres de Utrera. Con él viví 11 años y tuve a mis dos hijas. Nos separamos (él tiene hoy un novio cubano y yo, desde hace ocho años, un marido tunecino). Ahora vivo aquí por la patria potestad de mis hijas. No puedo irme del país.
–Usted no siempre hizo el taxi…
–Yo trabajé en el complejo Hotel Arts-Marina Village, entonces propiedad del grupo japonés Sogo. Primero como secretaria de dirección y después, con el director financiero, en un momento en que la propiedad fue traspasada al consorcio liderado por el Deutsche Bank y Xavier Faus, presidente ejecutivo de Hovisa. Con la entrada del Deutsche Bank, en el 2001, se decidió eliminar la gestión de la propiedad
Se quedó en la calle.
–Y eso coincidió con mi separación. Mis hijas tenían un año y medio y 4 años. Era extranjera, sin familia y en el paro. En un momento dado, el grupo Simón me hizo una oferta, pero la condición era entrar a las 8, y yo debía llevar a mis hijas al colegio.
–No pudo aceptar.
–No. Entonces una amiga me recomendó ir a Barcelona Activa. Vi un folleto de Taxis per la Igualtat d’Oportunitats. La flexibilidad del taxi podía ser mi salvación. Me ofrecieron formación y, en abril del 2005, me pusieron en contacto con mi primer empleador. Fui una de las 15 primeras mujeres en entrar en el programa. La primera taxista norteamericana de Barcelona.
–Trabaja en un puesto por debajo de sus capacidades. ¿No le frustra?
–No podía aceptar un trabajo que me obligara a viajar el 80% de mi tiempo. Además, lo paso muy bien. En el taxi he aprendido el catalán, me gusta conducir y charlar con la gente. Es una buena manera de sobrevivir.
El pasado enero compré mi licencia.

–Un cliente suyo me ha chivado que pide usted el voto por la independencia.
–(Ríe) Solo esta pasada madrugada lo he pedido cinco o seis veces.
–¡Caramba, sí que está convencida!
–Mi empleado de noche dice que me han lavado el cerebro… (Ríe) Todo el día tengo puesta Catalunya Ràdio. Yo estoy convencida de que si queremos un cambio es necesario hacer alguna cosa, y es imposible hacerla cuando Rajoy dice que es imposible.
–Un silogismo en toda regla.
–Llevo más de 22 años aquí. Siento que pertenezco a Catalunya. Y me indigna cuando algún cliente que trabaja para el Estado me dice que nosotros gastamos todo el dinero que nos dan en fotocopias de las traducciones. Algunos comentarios incluso me dan un poquito de asco…
–¿No le trae problemas el proselitismo?
–Si veo que el cliente se enoja, en seguida le digo que yo no tengo derecho a voto. Soy residente con permiso de trabajo de larga duración. Así que yo hablo desde la absoluta convicción.
–Bueno… Ya hay una pregunta (doble) y una fecha para la consulta. ¿Cómo lo ve?
–El Ejecutivo español hará todo lo que pueda para que no se realice.